A veces nos lamentamos de que el cristianismo, en la sociedad de hoy, es una presencia cada vez más marginal, de que es difícil transmitir la fe a los jóvenes, de que las vocaciones disminuyen. Y se podría seguir enumerando motivos de preocupación…
De hecho, no es raro que, en el mundo actual, nos sintamos perdedores. Pero la aventura de la esperanza nos lleva más allá. Un día hallé escrito en un calendario estas palabras: «El mundo es de quien lo ama y mejor sabe demostrarlo». ¡Qué verdaderas son estas palabras! En el corazón de las personas hay una sed infinita de amor, y nosotros, con el amor que Dios ha infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), podemos saciarla.
Pero es preciso que nuestro amor sea «arte», un arte que supera la capacidad de amar simplemente humana. Mucho, por no decir todo, depende de esto.
Yo he visto este arte, por ejemplo, en la Madre Teresa de Calcuta. Quien la veía, la amaba. También en Juan XXIII, que será proclamado beato próximamente. Aunque han pasado muchos años desde su muerte, su memoria está muy viva en la gente.
Al entrar en un convento o en un centro diocesano o en nuestras oficinas, no siempre se encuentra este arte que hace el cristianismo hermoso y atrayente. Se encuentran, por el contrario, caras tristes y aburridas debido la rutina de todos los días. «¿No dependerá también de esto la falta de vocaciones? ¿Y la escasa incidencia de nuestro testimonio? ¡Sin un amor fuerte no podemos ser testigos de esperanza!
Aunque seamos expertos en materia de religión, corremos el riesgo de tener una teoría del amor y no poseer suficientemente su arte. Como un médico que tiene ciencia, pero no el arte de la relación amable y cordial. La gente lo consulta porque lo necesita, pero cuando se cura, ya no vuelve más.
Jesús era como nadie maestro en el arte de amar. Igual que un emigrante que se ha marchado al extranjero, aunque se adapte a la nueva situación, lleva siempre consigo, al menos en su corazón, las leyes y las costumbres de su pueblo, así él al venir a la tierra se trajo, como peregrino de la Trinidad, el modo de vivir de su patria celestial, «expresando humanamente los comportamientos divinos de la Trinidad».
Card. François-Xavier Văn Thuận (Testigos de la esperanza, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2009).