Walter Julián Santana Sanabria. II de teología. Seminario Mayor de Pereira. 17 de noviembre de 2018
Imagen: Aciprensa
La confirmación infunde en quien la recibe, el Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida. La confirmación nos concede los siete dones del Espíritu para vivir como verdaderos cristianos, conduce a su realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos da una fuerza especial para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz. Bastaría reconocer estas gracias para descubrir lo valioso de este sacramento, no obstante vemos que la confirmación es vista por muchos bautizados, como un rito innecesario, carente de sentido o en el mejor de los casos como un requisito jurídico para contraer matrimonio.
El Papa Francisco, cuestiona esta realidad de forma contundente: ¿Tenemos de verdad la preocupación de que nuestros niños reciban la confirmación?
En este sentido la Iglesia presenta, frente al sacramento de la confirmación, su preparación, su sentido y su recepción fructífera, los siguientes desafíos:
- Superar la concepción del bautismo como un rito estático que garantiza la salvación. Si bien el catecismo afirma que el bautismo es “necesario para la salvación” ( CEC 1257) éste no debe entenderse estáticamente, como una boleta de ingreso directo a la salvación. El Bautismo es salvador en cuanto es un germen de Dios en nosotros, en cuanto a realidad dinámica que se va acrecentando con los demás sacramentos, y me va salvando en la medida en que me va configurando con Dios. En este sentido, la confirmación se entendería como también un sacramento salvador en cuanto “plenitud” del Bautismo. (CEC1285)
- Redescubrir la iniciación cristiana, como un camino para el encuentro con Dios, en el que los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía constituyen momentos salvíficos para quien así los vive. Si bien estos 3 sacramentos se pueden distinguir teológicamente, no se pueden separar en la vida cristiana.
- Presentar la confirmación con un nuevo lenguaje que permita a los jóvenes adentrarse en su razón de ser, en la gracia que concede y el compromiso que se asume. La adolescencia, que es la edad en donde nuestro contexto eclesial posibilita la recepción de este sacramento, es una etapa de rupturas que puede generar, por los cambios psicológicos y generacionales, cierta aversión a la fe, por lo que es preciso fortalecer la evangelización y la transmisión de la fe en los jóvenes, para que este sacramento no sea visto por ellos como una imposición de la tradición, o una ceremonia sin trascendencia, sino un estilo de vida radical en torno a la opción de seguir a Jesús en la comunidad de la Iglesia.