La cuestión de Dios soporta aspectos fundamentales de la existencia tales como el sentido último de la vida y de la muerte, las motivaciones en el obrar y la manera de concebir al hombre mismo (y sus relaciones), por lo que no es necesario que Dios muera para que el hombre viva[1], pues una adecuada concepción de Dios puede ser auténticamente liberadora y vivificante (en cuanto no se proponga alienar) y está facultada para iluminar antes que entenebrecer la existencia, y mucho más si desde el genuino aporte de Jesús de Nazaret se descubre un criterio verdaderamente antropológico que fundamente todo un relato universal que se hace praxis en la ética.
Veamos pues si es posible establecer criterios de unidad que fundamenten una ética que dignifique de manera auténtica al hombre tras reconocer la diversidad de concepciones de Dios y manifestaciones religiosas.
La impronta de Dios en el corazón de los seres humanos, creados a su imagen y semejanza[2], posibilita que haya un deseo de infinito, un anhelo por lo eterno que se manifiesta en la búsqueda de lo trascendente. El hombre al percibir su grandeza pero también su pequeñez y limitación, descubre que su existencia no es autofundada, y que no depende de sí mismo, por lo que su corazón desborda de ansia por el misterio. Ante esta realidad, el hombre ha trazado caminos que le permiten establecer un contacto con lo divino. El hombre pues, se esfuerza por llegar a Dios.
Pero hubo en la historia un acontecimiento particular que cambió para siempre la dinámica de este proceso de acercamiento a lo divino. Dios le dirigió la palabra al hombre; una palabra de amor y salvación. Dios en su bondad y sabiduría quiso revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad[3]; habló a los hombres como amigos, movido por su gran amor[4]. Ya no tendría más que esforzarse el hombre por “llegar” a Dios, ahora simplemente su acción consistiría en dejarse encontrar por Él. Su revelación emprendió un camino no solo extenso, sino lleno de altibajos: no porque Dios hubiese estado en proceso de encontrar la manera adecuada para comunicarse sino porque el hombre en su condición limitada, en muchos momentos no escuchó sus palabras, y no supo leer de manera adecuada los acontecimientos. En últimas, “Dios creándolo todo y conservándolo todo por su palabra, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas y, queriendo abrir el camino de salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”[5]
El Dios de quien nos habló Jesús “se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el destino de su vida”;[6] por tanto, “no es una fuerza anónima”[7] o energía de la que no se pueda tener una experiencia significativa para la vida. De Él, por la historia de la salvación que ha acontecido en favor del hombre, se puede decir que es “rico en amor y fidelidad”[8], y a partir de toda una experiencia de vida hecha camino en el pueblo de Israel, que de manera procesual procuró avance y profundización, fue visto principalmente como liberador, de manera especial por la experiencia del éxodo: “el Dios de Israel redimió a su pueblo para guiarlo a la libertad”[9]; justo y trascendente. Atributos que con la plena y definitiva revelación de Dios en Jesucristo, se entienden por la luz de una nueva concepción, tan auténtica como revolucionaria:
Dios Padre de amor y misericordia, toma partido por los más débiles sin otra arma más que la ternura y sin otra pretensión más que la de salvar al hombre en la historia y de instaurar su Reino en el mundo.
La presencia de Dios es constante; la creación no vive su ausencia sino que es destinataria permanente de su presencia. Dios que revela su nombre como “Yo soy”, se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo[10]. Pero es común que se malinterprete esta garantía de compañía de parte de Dios, con una disponibilidad para la resolución de los problemas de las personas. Más que la simple resolución de problemas, la presencia constante de Dios es fuerza para la lucha y certeza de compañía, que inspira y motiva el asumir las dificultades y contrariedades de la vida, de una forma esperanzadora y con la alegría de quien es consiente que Dios ya lo ha dado todo de su parte, y se ha hecho accesible (no manipulable), para establecer con él una relación íntima y personal, de filiación y de diálogo. “Así como el ser humano experimenta con frecuencia que el amor es capaz de inspirarlo y motivarlo, así también el actuar de Dios en la historia puede ser imaginado como <la inspiración del actuar humano mediante la visión del destino del hombre mediante el Espíritu del amor, que hace que la dicha de la consumación irrumpa ya en el presente>”[11]
Por su parte, el hombre en su sed de infinito está creando permanentemente formas de relacionarse con Dios, por lo que hoy se evidencia claramente en la sociedad un pluralismo religioso bastante extendido y una diversidad de concepciones de Dios que van de estar ligadas casi estrechamente unas con otras, a estar en absoluto distanciamiento y hasta en contraposición. Es importante reconocer que por más diversas formas de pensar (en este caso religiosamente), quienes piensan pertenecen a un solo lugar: este mundo; esta sociedad. Por lo que resulta seriamente necesario establecer criterios y puntos de unidad que permitan el desarrollo a partir de lo que puede ser común; a partir del hombre mismo y su dignidad; a partir de la ética, por su carácter universal y por ser fundamento del ser persona.
Ante la concepción tan generalizada de Dios como una fuerza o energía, que en no pocos casos, no alcanza a ser significativa para la vida, vale la pena recordar que la concepción cristianan de Dios posibilita, no solo una relación significativa para la vida y un apoyo y fundamento existencial, sino también una propuesta salvífica y un incentivo a la praxis a la luz del amor. Por tanto, Dios es “un “Tú”: el Dios de Israel no es una fuerza natural impersonal, sino alguien con quien es posible hablar y llamarlo “Tú”. Alguien, en consecuencia, que se dirige al ser humano como un sujeto y lo llama, igualmente, “tú”. En ese sentido es un Dios personal con quien se puede establecer una relación personal”[12]; a la manera de Jesús esta relación es entendida filialmente. Jesucristo vive en la experiencia de Dios como Abbá; Padre que ama a sus hijos; Dios tierno y cercano.
Pues bien, por la necesidad de establecer criterios de unidad y de fomentar el trabajo sinérgico de las personas en la instauración de un mundo más justo y con posibilidades de progreso para todos e igualdad de oportunidades; hay que reconocer que la ética se convierte en una salida adecuada, aun cuando la diversidad de concepciones religiosas no pueda unificarse; pues “la ética no es simplemente una colección de principios fruto de una reflexión personal o colectiva [filosófica dialógica o religiosa], sino una forma de proceder acorde con la dignidad de la persona humana”[13].
Dios se preocupa por todos. Y su Ser no puede estar atrapado por una concepción religiosa particular, excluyendo arbitrariamente las demás; más bien puede percibirse una huella de Dios en la diversidad, siempre y cuando esta no se vuelva contra el hombre.[14] Por lo que como cristianos debemos abrirnos al diálogo; pero no al diálogo que quiere en últimas acabar por imponer e instaurar en los otros la visión y mentalidad que se tiene, sino el que se ejerce sin más pretensiones que escuchar, valorar el don del otro y su convicción de vida. El diálogo que enriquece la experiencia propia a partir de una interiorización de la alteridad de aquel que por ser humano no dejará de ser hermano, aun cuando se difiera radicalmente. Hay quienes afirman, que un verdadero diálogo, solo puede darse entre aquellos que piensan distinto. Bauman dirá por ejemplo que “el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú”[15], por lo mismo, el diálogo con aquellos que piensan la vida, el mundo, la historia y la divinidad, de manera distinta, debe ser lo suficientemente fecundo como para encontrar ya no tanto lo que diferencia sino lo que une; esto en bien del mismo hombre y en pro del desarrollo y el progreso del mundo.
Para responder a lo planteado al principio de si es posible habiendo reconocido la diversidad religiosa y la pluralidad en las concepciones de Dios, establecer criterios de unidad que fundamenten una ética que dignifique de manera auténtica al hombre; considero que sí, por lo hasta ahora dicho y en especial porque aun en medio de la variedad, siempre es posible establecer cuestiones comunes, ya en el ámbito antropológico y cosmológico, tanto del hombre como <ser-consciente-en-el-mundo> y, desde la vivencia de algo que se repite de manera constante en distintos ambientes, y parece ser fundamento de muchas manera de ser y de hacer: la paz y el amor. “Sembrar la paz a nuestro alrededor, eso es santidad”[16] Por lo mismo la unidad puede fundamentarse en la bondad y en la instauración de esta, así como en el reconocimiento de lo bello, y en la vivencia ética que como principio universal se hace vida en la vida de todos los hombres y que debe beneficiarlos de manera auténtica, no volviéndose en su contra; y en la prevalencia de la ternura “que irrumpe cuando la persona se descentra de sí misma, sale en dirección al otro, siente al otro como otro, participa de su existencia y se deja tocar por su historia vital”.[17]
Es posible percibir la huella de Dios en el hombre mismo, en su razón, en su libertad y en el mundo. Y a partir de esta percepción puede y debe fundamentarse la vida. La ampliación en las concepciones de todas estas realidades se da través de una ayuda mutua y de un trabajo en conjunto. Finalmente, en la experiencia liberadora de las cadenas que atan a los hombres y de los yugos que los oprimen y en la emancipación consciente de las realidades alienantes, también es posible encontrar un principio de unidad que garantice la conservación de la dignidad del hombre y su autorrealización en comunión con los otros; así como en la instauración del bien común. De manera pues que como cristianos debemos reconocer que el poseer la verdad en plenitud no implica el poseerla de manera exclusiva; esto en consonancia con la enseñanza de Jesús que ante las palabras de Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros”, responde de manera clara: “no se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros” (Lc 9, 49-50).
Mientras sea posible, que nos una el trabajo por la dignidad del hombre por ser Hijo de Dios; mientras no lo sea, que nos una el esfuerzo por restablecer y preservar la dignidad del hombre por ser hombre. Sin olvidar que “hemos dicho tantas veces que Dios habita en nosotros, pero es mejor decir que nosotros habitamos en él, que él nos permite vivir en su luz y en su amor”.[18] Ante un mundo diverso, una actitud dialogal y acogedora que permita establecer criterios de unidad y concordancia en pro de una mayor dignificación del hombre y un mayor respeto por la “casa común”[19].
Camilo Castaño Castaño
Teología II
Bibliografía
Boff, L. (2015). Derechos del Corazón. Madrid : Editorial Trotta
Bottigheimer, C. (2015) ¿Cómo actúa Dios en el mundo? Salamanca: Ediciones Sígueme
Catecismo de la Iglesia Católica (1993) Conferencia Episcopal Colombiana. Editrice Vaticana.
Concilio Vaticano II (2006) Bogotá: San Pablo.
Papa Francisco (2018) Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate.
Papa Francisco (2015) Carta Encíclica Laudato Si.
Queiruga. A. (1997) Recuperar la Creación. España: Sal Terrae
Revista Javeriana. Compromiso con la ética. Mayo de 2018. Número 844. Artículo: Ética, ¿una palabra mágica? Principios, valores y convicciones.
[1] Como lo afirmaba la modernidad y de manera especial: Hegel, Marx, Nietzche…
[2] Gn 1, 26
[3] Ef 1,9
[4] Dei Verbum N.2
[5] Dei Verbum N.3
[6] Catecismo de la Iglesia Católica. N 203
[7] Ibid
[8] Ex 34,6
[9] Bottigheimer, C. ¿Cómo actúa Dios en el mundo? (2015) p. 190
[10] Catecismo de la Iglesia Católica. N 207
[11] Bottigheimer, C. ¿Cómo actúa Dios en el mundo? (2015) p.169, Cita a W. Pannenberg, Weltgeschicte und Heilsgeschicte, 322s
[12] Notas de clase: P. Álvaro E. Betancurt Jiménez
[13] Revista Javeriana. Compromiso con la ética. Mayo de 2018. Número 844. Artículo: Ética, ¿una palabra mágica? Principios, valores y convicciones.
[14] No puede ser una experiencia alienante pues en su fundamento más íntimo el hombre es un ser libre, hecho para la libertad.
[15] Zygmunt Bauman, en entrevista con Ricardo de Querol para Babileia, en el País. Enero de 2016. Recopilado de Aleteia. Antes de pronunciar esta frase, Bauman expresa que el Papa Francisco concedió su primera entrevista después de haber sido electo como Sumo Pontífice a un periodista abierta y militantemente ateo. Por lo que destaca el carácter de apertura dialogal expresamente a partir de la real disparidad.
[16] Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate N. 89. Papa Francisco: Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
[17] BOFF, L. Derechos del Corazón. (2015). p.64 Editorial Trotta
[18] Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate N. 51. Papa Francisco: Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
[19] Expresión usada por el Papa Francisco en la Carta Encíclica Laudato si N°17