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Alegría, Oración y gratitud

1 Tesalonicenses 5, 15-22

 

Cuidado, que nadie devuelva mal por mal; busquen siempre el bien entre ustedes y con todo el mundo. Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias por todo. Eso es lo que quiere Dios de ustedes como cristianos. No apaguen el fuego del espíritu, no desprecien la profecía, examínenlo todo y quédense con lo bueno, eviten toda forma de mal.

 

Alegría, oración y gratitud en la vida Cristiana

Queridos hermanos, la lectura que acabamos de escuchar nos exhorta a vivir algunos compromisos que exige la vida comunitaria, soy consciente de que, aunque estamos en un proceso de formación cristiana, nos hace falta mucho para vivir la vida en comunidad con el compromiso y la entrega que vivieron los hermanos de la comunidad cristiana primitiva. Esto lo digo no con el ánimo de ser pesimista, sino por el contrario, es la oportunidad que tenemos para reconocer que quizás estamos fallando en algo, o quizás hemos apagado el fuego del Espíritu como lo escuchábamos hace un momento.

Ahora bien, el texto contiene muchos elementos de los cuales se pueden sacar mucho provecho, sin embargo, considero pertinente detenerme a reflexionar sobre tres de ellos, los cuales son: la alegría del cristiano, la oración y la gratitud.

La alegría es una de las características de alguien que recibe una buena noticia, sin embargo, cuando hablamos de alegría cristiana no podemos reducirla a un simple estado de ánimo desde un punto de vista psicologista, sino que es una realidad que nos debe llenar de esperanza aun cuando haya cosas en nuestra vida que quizás no marchen de la mejor manera.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús dice el Papa Francisco al iniciar la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Y efectivamente quien se ha encontrado con Jesús no solo tiene el corazón rebosante de gozo, sino que tiene algo que contar a los demás, tiene un impulso interior que lo mueve a anunciar la novedad de este encuentro para que otros se acerquen y también lo conozcan, un claro ejemplo es el de la samaritana quien después de su diálogo con Jesús deja su cántaro y corre a contar a los demás lo que Jesús ha hecho, también podemos recordar a María Magdalena quien después de ver a Jesús resucitado se dirige a los discípulos para anunciarles “He visto al Señor”.

Llevándolo a nuestro lenguaje sería como cuando vemos una película o un capítulo de una serie que nos ha fascinado, nos parece tan interesante que hacemos spoiler a aquellos que no la han visto, lo que me lleva a pensar qué interesante sería hacer spoiler del evangelio, es decir, llevar esta nueva noticia a aquellos que la desconocen o aquellos que por algún prejuicio se muestran indiferentes.

Yo me atrevería a pensar que la aversión o la indiferencia a todo lo que tiene que ver con la vida cristiana no es al mensaje como tal, sino a la forma en que lo transmitimos, si no estamos convencidos y no transmitimos con alegría el mensaje de salvación, nuestro testimonio no será convincente.

Una de las preguntas que quizás pueden ser el termómetro de nuestra vida espiritual y proceso vocacional es pensar ¿Qué tan feliz soy viviendo esta experiencia de encuentro con el Señor? Sin duda, hemos conocido o escuchado casos de sacerdotes que son amargados los cuales pareciera que su ministerio es una carga y tristemente estas actitudes pueden desanimar a cualquiera.

Y esto se puede empezar a vivir tristemente desde el seminario, un seminarista que no viva la alegría del encuentro con el Señor se puede quedar en la ley del cumplimento, del cumplo y miento y esto no es saludable ni para la persona misma ni para el pueblo de Dios sediento de un testimonio auténtico.

Si el mensaje que transmitimos no es de esperanza y no es coherente con nuestro estilo de vida, de seguro que estaremos desanimando a más de uno. Somos seres humanos que pasamos por diferentes estados de ánimo de acuerdo con diversas circunstancias, sin embargo, es preciso tener en cuenta que nuestra misión consiste en construir y no destruir, en ser portadores de esperanza y no de desconsuelo.

Nuestros gestos y nuestras actitudes por muy insignificantes que parezcan transmiten un mensaje, la neurolingüística no se equivoca en afirmar que somos aquello que expresamos. Ahora depende de nosotros vivir como aquello que queremos anunciar, y esto solo es posible como lo indica el evangelio según San Juan, unidos a la Vid que es Cristo ya que él mismo afirma: “Sin mí nada podéis hacer”

También su santidad Benedicto XVI afirmaba: Si los pulmones de la oración y la palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos ahogamos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida.

En medio de las acciones cotidianas de nuestra vida Dios espera que consagremos nuestro tiempo y ofrezcamos nuestro trabajo para glorificarlo, a esto hacía referencia San Benito de Nurcia con la expresión Ora et labora.

Esta unión se hace efectiva en el encuentro constante, en la oración la cual es definida por el Catecismo de la iglesia católica como la llave que abre nuestro corazón y nuestra alma al Espíritu Santo; es decir, a su acción de transformación en nosotros. Al orar, permitimos a Dios actuar en nuestra alma -en nuestro entendimiento y nuestra voluntad- para ir adaptando nuestro ser a Su Divina Voluntad.

Con esto básicamente podemos entender que es el Espíritu Santo quien puede actuar en nuestras vidas para que haya una transformación interior de acuerdo con la Divina Voluntad. En esta aventura del encuentro con cristo, podemos descubrir lo más preciado de este encuentro con el Padre, es sabernos amados y llamados.

Y ante esto solo queda el ser agradecidos y corresponder con un sí generoso, no es un sí cualquiera, no es un sí vacilante, es un sí generoso como el de la Virgen María. Ahora bien, la generosidad es un acto que implica desprendimiento, entregar algo que efectivamente tenemos, porque nadie puede dar de lo que no tiene.

Vale la pena hacernos la pregunta que San Pablo le hace a los corintios ¿Que tienes que no hayas recibido? Solo queda reconocer que todo ha sido gracia de Dios.

La gratitud es una virtud un poco olvidada pero necesaria, dice el Papa Francisco, es un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo; para obedecer a Dios, primero debemos recordar sus beneficios y San Basilio dice: “Quien no deja que esos beneficios caigan en el olvido, está orientado hacia la buena virtud y hacia toda obra de la justicia” Todo esto nos lleva a ejercitar la memoria ¡Cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Qué generoso es nuestro Padre Celestial! Vale la pena hacer el ejercicio y pensar ¿Qué portentos ha hecho Dios por mí?

Es pues, una oportunidad para reconocer la grandeza y misericordia de Dios para con nosotros por eso aprovechemos este momento y démosle gracias a Jesús sacramentado por todos los dones recibidos de su infinito amor.

Finalmente quisiera hacer una invitación particular y es que manifestemos nuestro agradecimiento a una persona específica, bien sea un compañero, un formador, un sacerdote, un director espiritual, un familiar, un profesor, un amigo.

Pidamos a Dios para que nos conceda la gracia estar abiertos a la acción del Espíritu Santo para en nuestra vida cristiana no sea un desconocido y nuestro testimonio sea convincente porque creemos firmemente y hablamos de un amor que hemos experimentado.

Juan Pablo Franco Sánchez Alumno de teología II 

Refelxión del Culto Eucarístico 30/05/2019