La Palabra de Dios en este domingo, nos invita a reflexionar sobre dos grandes realidades de nuestra vida de creyentes: Somos peregrinos y estamos en camino, como nos lo señala la primera lectura en la persona del profeta Elías.
Necesitamos de un alimento de vida para no desfallecer en nuestra marcha como bien nos indica Jesús, quien se identifica como el pan “bajado del cielo para que el hombre – peregrino – que lo coma no muera”.
Hoy muchos viven como si no existiera un más allá, como si caminaran sin una meta fija. En palabras de Pablo, andamos muy preocupados por las cosas de la tierra. Nos preocupan mucho los asuntos materiales, por eso sufrimos, trabajamos, nos enfermamos, “nos llenamos de amargura, de ira, insultos y toda maldad”, segunda lectura, descuidando lo que Cristo llama “lo más importante de la vida”.
No podemos olvidar que, en esta tierra, la vida que tenemos, no es definitiva, no es permanente, pues hay otra que nos espera y por ello somos peregrinos y estamos en marcha.
Ante esta realidad, Cristo, con su Palabra, nos recuerda que la vida no se hizo para acomodarnos, dormirnos o estacionarnos, como bien lo revela la figura de Elías en la primera lectura.
Como buenos caminantes y peregrinos, el Señor nos recuerda que no debemos olvidar la meta hacia la que tenemos que dirigir nuestra marcha y que es la que orienta nuestros pasos. Hemos nacido para ser inmortales, para vivir más allá de la muerte, para superar la frialdad de la tumba y entrar en el Reino de la vida.
Cristo quiere que preparemos nuestro equipaje con lo indispensable y que no renunciemos a nuestra vocación de peregrinos y caminantes. Que no nos “acomodemos y tumbemos”, que siempre estemos en marcha, no importa si son pasos pequeños. Cristo quiere que no miremos atrás, hay que mirar siempre hacia adelante, al monte Horeb y lo que significa en la primera lectura.
Lo que Cristo quiere en definitiva es que entendamos que no podemos renunciar al alimento que Él nos ofrece. Es verdad que antes dio un alimento perecedero “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y perecieron”. Hoy nos ofrece un alimento que da vida y fuerza para siempre, a tal punto que quien lo come “no tendrá mas hambre” y vivirá.
Es cierto que hay alimentos que perecen y hay alimentos que no dan vida; por eso Cristo mismo se da como alimento para el hombre, es un alimento de vida, es una alimento que perdura para siempre y que es un alimento que después de comerlo no da más hambre: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Evangelio). “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Hermanos, cuando tengamos ganas de “tumbarnos y detener nuestra marcha” como Elías, y sumirnos en nuestra desolación y despecho, es necesario que sepamos escuchar la Palabra de Dios dirigida a cada uno de nosotros en la persona de Elías; “Levántate, come y camina”.