Por el P. Behitman A. Céspedes De los Ríos (Diócesis de Pereira), con el apoyo del P. Emilio Betancur M. (Arquidiócesis de Medellín). Cf. Servicio Bíblico Latinoamericano.
Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, solo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.
El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de pétalos de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse para el conflicto en una sociedad injusta. Basta leer el evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.
El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en ninguna de sus variedades, sino el servicio, en cualquiera de sus formas, sin embargo, sus seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debió recurrir a palabras duras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que había anunciado el profeta Isaías.
Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de los discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.
El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», deben ser tomadas siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros…
La pregunta sobre Jesús
Para nosotros, ¿quién es Jesús?
La pregunta de Jesús a sus discípulos acerca de las opiniones del pueblo se ha relacionado con la enemistad de Antipas, quien lo perseguía, o con una supuesta separación larga de sus discípulos.
El conocimiento de Dios, como el conocimiento de una persona, es lento pero progresivo, porque así es el camino de la confianza humana y de la fe en Dios. Cesarea de Filipo, una ciudad al pie del Hermón, es una cima en el conocimiento y la fe en Jesús; ecológicamente bellísima como para hacer una encuesta y reflexionar las respuestas; Lo original fue el sondeo de opinión hecho por el mismo Jesús.
Los discípulos citan en sus respuestas las opiniones del pueblo, que identifican a Jesús con Juan el Bautista, un maestro que convocaba a la conversión moral; según la gente en Jesús el Juan Bautista asesinado ha retornado a la vida terrena (6,14). Jesús nunca creyó que el hombre pudiera cambiar a punta de leyes, esfuerzos éticos y justificaciones morales como lo requería Juan de su entorno judío.
Si bien Elías había luchado a brazo partido con el dios cananeo Baal y la opresión política y social del reino del norte, su retorno era más improbable que el deseo de Israel, así en todas las cenas pascuales se le dejara un puesto por si llegaba de improviso (2Re 2,1-4).
La última respuesta tenía que ver con los antiguos profetas en razón de cuestionar con energía las falsas tradiciones y apoyar el proyecto de YHWH sobre Israel, como ellos creían que lo hacía Jesús.
La respuesta nuestra
Aún falta la respuesta nuestra. Cuando nos preguntan o nos preguntamos quién es Jesús, de inmediato decimos cuanto sabemos o hemos aprendido en la casa, la escuela, el colegio, la parroquia. Otros dirán lo que han estudiado en la teología, leído en los buenos libros de historia sobre Jesús o han escuchado de otras personas: que es un amante de la justicia, constructor de paz y amigo de la fraternidad; un líder revolucionario o el hombre más importante del mundo; o simplemente son indiferentes a la persona de Jesús.
Siempre quedará faltando la respuesta que cuenta la experiencia personal de la fe: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Esta pregunta hecha cuando iban de camino equivalía a: ¿Quién dicen ustedes que soy yo para sus vidas? Jesucristo es el mejor don de Dios para nuestras vidas, pero no para darnos cosas; ésa es la mayor agresión contra la fe en Jesús. La fe es creíble por amar a los otros con el mismo amor de Dios; lo demás son creencias.
Cuando Pedro le respondió, a nombre nuestro, “tú eres el Mesías”, le estaba repitiendo una fórmula aprendida, quien sabe dónde y cuándo. “Tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”, de lo contrario hubiera aceptado su muerte y resurrección al tercer día sin tratar de “disuadirlo”. El camino de Jesús, la cruz, es la identidad que refleja el sentimiento de Dios; por el contrario al camino de Pedro y los discípulos, lo mismo que al nuestro, Jesús lo llama “satanás” por expresar solo nuestros deseos y egoísmos.
¿Qué es la cruz?
Jesús nunca permitió que alguien externo, fuera hombre o mujer, o doctrina piadosa, civil o teológica, definieran su identidad, entre otras razones por no tener la experiencia de su propia identidad que es la cruz, morir por los demás. “Después llamó a la multitud y a sus discípulos, en un llamado general y urgente, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie así mismo, cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará” (evangelio).
Renunciar a sí mismo no es otra cosa que priorizar el servicio a los demás sobre nuestro propio “ego”; que fue lo que identificó Jesús como cruz, dar la vida por nosotros y los otros. Pablo pensando en Jesús decía “no me glorío en nada sino en la cruz de Jesucristo” (Gal 6,14). La sabiduría de la cruz es la entrega a los demás. Santiago agregaba más tarde “¿no será que la fe en el Mesías sin obras es muerta? Quizá alguien podría decir: tengo fe y yo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”. La obra más grande de la fe es servir, ser solidarios.
El sufrimiento y la cruz
La cruz tiene un sentido creyente distinto del que habitualmente le damos. De todo cuanto en nuestra carne queremos deshacernos y de nuestra vida descargar por limitante y penoso, que de manera incorrecta llamamos cruz, representan para Dios el lugar y el momento privilegiado para amarnos; lo que Job experimentaba, incluyendo la enfermedad, la perdida de lo material, la carencia del afecto familiar y descuido de Dios, como “he conocido a Dios en mi propia carne”. Esta experiencia de amor de Dios en nuestras debilidades es lo que los creyentes llamamos cruz. Mientras no nos sintamos queridos, acompañados por Dios en los sufrimientos, no hay cruz. Es distorsionar la cruz cuando hablamos de la cruz del matrimonio, la cruz de nuestros hijos, la cruz de la drogadicción, la cruz del licor, la cruz de la pobreza, porque aún ahí no nos sentimos queridos por Dios. La palabra de Dios nos dice que la cruz no es sufrimiento o castigo, sino el lugar donde el amor de Dios destruye los signos de la muerte y la misma muerte. De lo contrario no podríamos hablar de “la cruz gloriosa del señor resucitado”.