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EL ORIGEN DEL MAL

En esta ocasión, se abordará una cuestión bastante interesante, pensada probablemente por muchos, y en definitiva algo de lo que todos deberían meditar: el origen del mal. Este tema se abordará desde el pensamiento de San Agustín de Hipona, teniendo como modelo el libro VII de “Las confesiones” y el libro I “De libre albedrío”.  Así que la pregunta de la que parte esta reflexión es: ¿Cuál es el origen del mal y de dónde proviene?

Antes de entrar en materia con el pensamiento de San Agustín es necesario dejar en claro que el mal como concepto general se categoriza a través del  mal físico, el mal metafísico, el mal natural, el mal moral, etc. En lo que aquí respecta el mal del que habla San Agustín es el mal moral.

Entrando, ahora sí, de lleno en el pensamiento de San Agustín, es necesario partir de una premisa fundamental: Dios es inmutable, incorruptible, es el autor del bien y el bien en sí mismo. El máximo bien que existe es el mismo Dios. En el libro VII de las confesiones, Agustín parte de una tesis maniquea que quiere refutar. Los maniqueos afirman que Dios es mutable y afectable por el mal. Pero Agustín, de entrada, rechaza esta noción maniquea, afirmando lo que ya se dijo, Dios es inmutable, siempre es igual y no es afectado por nada, ya que si así sucediera no sería Dios, porque lo que lo afectara sería más poderoso que Él y por lo tanto el verdadero dios por encima de Dios, lo cual no es correcto para San Agustín.

El autor del libro del Génesis, en el relato de la creación, escribe una expresión que tiene una gran influencia en el pensamiento del Santo Doctor: cada  vez que Dios termina un día de la creación, ve que es algo bueno. No hay maldad allí. “Y vio Dios que era bueno” (Gen 1, 31). San Agustín parte entonces de la afirmación de que Dios es bueno, y es el bien en sí mismo, por lo que todo lo creado por Dios es bueno, pues del bien sólo puede salir bien. Aún no ha encontrado una respuesta a su pregunta: ¿de dónde proviene el mal? San Agustín inicia una búsqueda interrogando a la naturaleza y contemplando ésta misma, se da cuenta que de allí no proviene la maldad, pues Dios hizo buenas todas las cosas.

Entonces se entra en un nuevo dilema: ¿existe la maldad? Después de varios pensamientos y ejemplos llega a la conclusión de que sí existe la maldad y el mal como tal, pues el miedo es un mal, y existe porque el hombre lo padece. Aquí hay una fuerte conexión entre ambos libros, pues justo con esta parte inicia “De libre albedrío”. Existen dos tipos de mal: el mal que alguien hace y el mal que alguien padece. El mal del que se preocupa San Agustín es el mal que se hace, o, dicho de otra manera, el mal moral, ya que el mal que alguien padece es en sí un bien. En los párrafos siguientes se argumentará por qué.

Antes de pasar a la distinción entre los dos tipos de males que existen, es bueno recordar que para este filósofo Dios lo ha hecho todo bien y en armonía, por lo que define el mal como la falta de armonía de las cosas entre sí y con Dios.

Teniendo claro lo anterior, se prosigue con el tema abierto antecedentemente: existen dos tipos de males, el que el hombre efectúa y el que padece. Agustín se muestra siempre más interesado por el mal que se hace y que particularmente, sólo lo hace el hombre, y el mal que se padece, que de igual manera sólo lo padece el hombre. El hombre ha sido creado por Dios con plena libertad, el hombre es libre de pensar y hacer lo que quiera. No está de más recordar que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, dice el autor del Génesis. San Agustín define el mal moral del hombre como la desemejanza con Dios. Si el creador, bueno en sí mismo, ha creado todo bueno, ¿por qué existe la maldad? La maldad existe porque el hombre utiliza mal su libertad. Precisamente de ahí viene el mal, del interior del hombre, y la maldad no es más que la pérdida de la semejanza de Dios, es decir el pecado. El autor del mal moral es el hombre:

“El mal no puede ser hecho sino por alguien, pero si me preguntas en concreto por una persona no te puedo decir, por la sencilla razón de que no es una determinada y única, sino que cada hombre que no obra rectamente es el verdadero y propio autor de los malos actos”  (De libre albedrío I, 1,2)

Entonces, del hombre proviene el mal que se hace; sin embargo, no se debe olvidar que el origen del mal que se halla en el ser humano se debe a la libídine, la concupiscencia, es decir, la tendencia del alma al pecado, o, en palabras de San Agustín, la fuente y origen del pecado. La libídine se encuentra dentro del hombre, por lo tanto, el mal proviene del hombre que no emplea bien su libertad. Entiéndase, entonces, por mal moral, aquél mal uso de la libertad, por el cual el hombre, a través de su razonamiento opta por el mal y no por el bien. Pero ¿cómo se sabe cuándo se obra bien, es decir, cuando se emplea bien la libertad y, cuándo se obra mal? Agustín acude a las leyes, exponiendo algunos ejemplos sobre homicidio, adulterio y sacrilegio. Se pregunta cómo se sabe que algo es malo y cuando es bueno. Sencillo: por las leyes. Las leyes y las circunstancias ayudan a determinar cuando algo es bueno o malo. Sin embargo puede fallar. Agustín usa una especie de diatriba y homilética, para dar a entender dos casos concretos donde la misma cosa puede ser buena o mala. No es lo mismo que mate un soldado a que mate un homicida. Ambos matan, pero el primero no es llamado homicida, porque cumple con su deber, con lo que sus superiores y el estado le dicen. Un homicida, en el ejemplo de propuesto por el filósofo, mata por gusto o guiado por las pasiones. Son casos diferentes. Una persona que mata por defenderse ante otra que quiere hacerle daño, robarla o quitarle la dignidad de algún modo podría no considerarse mala, ya que actuó en bien propio. Sin embargo, Agustín dice que hay una falta de amor de ambos, uno por atentar contra la vida del otro, y el otro por preocuparse demasiado por las cosas terrenas, ambos pecan de egoísmo y falta de amor.

Según el Santo de Hipona aunque a los ojos de la ley algunos homicidios no se consideren delito, matar es matar, y Dios castiga esta acción. Por lo tanto cuando el hombre ejecuta un mal,  en consecuencia padece un mal. El mal que el hombre padece es enviado por Dios, ya que Éste castiga a los malos con cosas malas, y recompensa a los buenos con una vida bienaventurada. La ley de Dios es entonces más perfecta que la de los hombres, y da, según Agustín, a cada uno lo que corresponde, sin olvidar que Dios es misericordioso y bueno. Y es aquí donde es necesario aclarar que esto que se acaba de decir debe adjudicarse al pensamiento de San Agustín y al pensamiento teológico de la época. Como se acaba de mencionar, Dios es misericordioso, pero de cierta manera castiga al hombre como pena. Esta última debe entenderse como el castigo que se recibe por los pecados. Pero este “castigo” es un mal aparente, porque la pena que imputa Dios, a causa del pecado, al final no es más que un bien. Puede ser que una persona, en un caso muy coloquial, piense que se ha enfermado como consecuencia de alguna mala acción, de algún mal moral. Resulta que a raíz de esa enfermedad, la persona decide convertirse. Si las cosas pasaran según el ejemplo, Dios sería la causa de la enfermedad, que desemboca en el bien de la conversión. Por lo tanto Dios sigue siendo el autor del bien. Así Dios es el autor de la pena, que no tiene otro propósito que el de corregir al hombre, porque Dios “corrige a quien ama” (Hb 12,6) y “no se complace en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva” (Ez 18,23)

Retomando el hilo después de este paréntesis, otro aspecto por resaltar, ya el último, es que la ley mortal, la ley terrenal, está subordinada a la ley divina, la cual es modelo para cualquier ley, por lo que, para el Santo de Hipona, toda la vida moral del hombre debe subyacer bajo la voluntad de Dios.

Conclusiones.

“En general, Dios no es origen de ningún tipo de mal. En particular, el hombre es origen del mal moral; no puede serlo del mal físico, como por ejemplo, una amputación, o del mal metafísico, como el dolor, o de cualquier otro mal categorial. En el pensamiento de San Agustín Dios es origen del mal sólo cuando es padecido por el hombre como pena de vida por el pecado”  (Pbro. Raul Ortiz) y se sabe que la pena es un mal que se desemboca en el bien, como en el caso de la conversión propuesto anteriormente.

Existen dos tipos de mal en cuanto a la moral, el que se hace y el que se padece, entendidos bien como el mal moral y la pena moral. El origen del mal que se hace se encuentra en el hombre, en el mal uso de su libertad… en la libídine, es decir, la concupiscencia. El mal que se recibe, es una consecuencia del mal que se hace, pues Dios reprende a quien hace el mal, recordando que este mal desencadena siempre en un bien, por lo que no se adjudica maldad a Dios. Añadiendo a lo anterior, la distinción que se hace entre el bien y el mal se da gracias a la ley terrenal que se deriva de la ley divina que nos conduce a ordenar la libertad y escoger siempre el bien, para así “vivir en la libertad de los hijos de Dios”

 

Referencias

San Agustín (2010) Confesiones. Madrid: España. Editorial Gredos

San Agustín (1947) De libre albedrío. Madrid: España. Editorial la B.A.C

Conversación de corrección con el Padre Raúl Ortiz Toro, licenciado en teología patrística

 

Juan Antonio Montoya Ramirez

Alumno de Filosofía II