DOMINGO I DE CUARESMA – Marzo 10 de 2019
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que nos prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el Bautismo de Juan, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo Amado, que confía plenamente en Él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el tentador, hasta la Cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.
Los Evangelistas Mateo y Lucas presentan las tres tentaciones de Jesús, diferenciadas, en parte, sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es disimulado: no empuja directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las verdaderas realidades son el poder y aquello que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios pasa a ser secundario, se reduce a un medio; se convierte, en definitiva, en irreal, ya no cuenta, desaparece. En última instancia, en las tentaciones está en juego la fe, porque está en juego Dios mismo. En los momentos decisivos de la vida, pero, viéndolo bien, en todo momento, nos encontramos ante una encrucijada: ¿queremos seguir al yo o a Dios?
¡Tenemos todos tanta necesidad de ser protegidos de las insidias del diablo! El Evangelio de hoy nos lo manifiesta mostrándonos a Jesús sometido a las tentaciones que son la raíz de cualquier tentación y se revisten de nobles apariencias. El fin es encomiable y los medios propuestos se diría que son los adecuados… Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al diablo, en el desierto y en la Cruz, indicándonos el camino de la victoria. Como Él, debemos retener la Palabra de Dios en el corazón, convirtiéndola en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza, nuestro escudo salvador (Sal 17,3).
La Cuaresma es como un largo “retiro” durante el cual debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de “combate” espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la Penitencia. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja descarriada, para llevarla otra vez a salvo. Como enseña san Agustín, Jesús tomó de nosotros las tentaciones, para regalarnos su victoria, por tanto, no tengamos miedo de afrontar también nosotros el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo el Vencedor. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la PASCUA, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fruto este tiempo de gracia que de nuevo se nos propone, acompañados por los compromisos asumidos en nuestro retiro anual de Cuaresma. Invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.
Pbro. Joaquín Eduardo Cortés Tabares PSS, Rector.