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La Verdadera Esencia Del Pecado

Profecía de Abdías 1, 2-4
Es un reproche del Señor al pueblo de Edom, estos que en la historia salvífica son los descendientes de Esaú hermano de Jacob, hijo de Isaac. El Reino de Edom fue muy prospero especialmente por cierta alianza que tuvo con el Reino de Asiria.

Edom aprovechando la conquista de Babilonia a Judea en el siglo VI. Se apoderó de ciertos territorios, robando y saqueando al igual que todos los otros pueblos que se beneficiaban de la situación indefensa de Judea, básicamente los hijos de Esaú traicionaron a los hijos de su hermano Jacob, simplemente por codicia, burlándose del mal ajeno y siendo indiferente a tan terrible sufrimiento.
Esta situación de superioridad produce un cierto tipo de prepotencia, que llevó a los edomitas a encumbrase en las alturas, a creerse águilas y anidar en las estrellas. Bien les dice el profeta La soberbia de tu corazón te ha engañado.

Tristemente nos puede suceder lo mismo que al pueblo de Edom, la soberbia nos puede llevar a la ruina.
La naturaleza humana se inclina muy fácilmente al sentimiento de sobrevaloración de uno mismo frente a los otros.

La soberbia que es sinónimo de orgullo, de altivez, de altanería, de arrogancia y de prepotencia. Nos imposibilita seguir y hacer la voluntad de Dios. Porque nos encierra en nuestra propia burbuja, nos hace sentirnos mejores que los otros, nos lleva al deseo de siempre querer ser preferidos y aceptados, anhelando siempre satisfacer nuestra vanidad y elevar nuestro Ego siempre insatisfecho.
La soberbia nos enceguece tanto que ni siquiera somos capaces de descubrir nuestras limitaciones y defectos. Nos hace enorgullecernos de nuestras capacidades hasta el punto de llegar a la autosuficiencia y que puede llegar hasta a excluir a Dios mismo, y ni que hablar de los otros.
La soberbia se demuestra en nuestra rebeldía, en el fastidio a obedecer, en el autoritarismo al mandar, en la envidia al no tener y a la crítica del parecer.

Solemos decir que la pereza es la madre de todos los vicios, pero también podemos decir que la soberbia es como esa tía solterona, que fastidia a toda hora y que no deja ser feliz.
Pues por soberbia Lucifer se rebeló en los Cielos contra Dios, alejándose de los planes de Yahveh. Por la misma soberbia nuestros primeros padres pecaron tomando del fruto prohibido, evitando la voluntad del Padre. Por soberbia el pueblo hebreo en el desierto prefería la esclavitud del faraón que la libertad de Dios. Por soberbia Jonás no quiso ir a Nínive a dar el mensaje salvífico, desobedeciendo así al designio divino. Por soberbia Judas Iscariote al ver que su Maestro no cumplía con sus expectativas, prefiere traicionarlo, y hacer lo que a su juicio considera más conveniente.

Con estos ejemplos de la historia salvífica, vemos que todos se alejan de la Voluntad de Dios por hacer su propia voluntad, y lo más miserable es que el acto de soberbia o desobediencia lleva siempre a un inminentemente fracaso. Como vemos en nuestros personajes: el primero desterrado al infierno, nuestros padres expulsados y condenados a sufrir, los hebreos a divagar 40 años en la tierra de nadie, Jonás tragado por un gran pez, el pueblo de Edom saqueado y destruido, y Judas suicidado.

Indica Benedicto XVI:

“La soberbia es la verdadera esencia del pecado”

el pecado que es el amor excesivo de uno y el desprecio absoluto a Dios. Por soberbia podríamos llegar a considerar a Dios como el enemigo de nuestra libertad. Según Benedicto ésta Es la clave de la historia: el hombre que se revela contra Dios. Que se opone a la verdad, que deja de ser libre porque se encuentra alienado así mismo. (Cf. Homilía del Jueves Santo 5 de abril del 2012)
Superar nuestra soberbia es una obligación, especialmente porque si el humilde es imagen del Señor, el soberbio es la fiel imagen del maligno. La soberbia no es compatible con el cristianismo. Pues nadie se puede gloriar de sí mismo, excluir a Dios y a los otros y llamarse seguidor de Cristo. Caeríamos en una hipocresía creyéndonos buenos cuando en verdad somos pésimos.

Para superar nuestra soberbia o en su defecto controlarla, debemos asumir nuestra nada para emprender la búsqueda del todo. Querer que mi voluntad siempre concuerde con la de Dios, a pesar de lo difícil que esto sea. Alegrarme por las virtudes del otro y aceptar las falencias de este con caridad. Poner al servicio de la comunidad mis cualidades y superar el egoísmo. Ver al otro como mi hermano y no como mi enemigo.
O en su defecto seremos lo mismo que hemos criticado en nuestra Iglesia, el clericalismo que nos hace creernos de otra estirpe, que nos hace creernos superiores, que hace que nos olvidemos de nuestras raíces, que nos hace ser distantes, secos y excluyentes, siendo selectivos buscando apacentarnos a nosotros mismos, aspectos que nos impide mostrar el rostro de Cristo.

Como indica el Papa Francisco: la soberbia y orgullo no permiten a las personas reconocer la salvación, estos pecados son un muro que impide la relación con Dios y con los otros. (Audiencia General del 13 de Abril del 2016)

Por ello examinemos cuán soberbio soy, y pidámosle al Señor la gracia de ser humildes como Él, de que nuestra voluntad sea de acuerdo a sus ideales. Y que podamos ser como el profeta Abdías un sirviente de Él.

 

Gustavo Morales Solarte

I de Teología